La Cooperativa Banana cumple dos años de viaje!
Ante
todo hay que decir que este es el primer día de nuestro tercer año
de viaje: ayer la Cooperativa Banana ha cumplido dos años por las
rutas. Dos años desde aquel día en que dejamos San Salvador,
viendo las siluetas de nuestrxs amigxs achicarse en la cera de calle
Los Pinares, agitando sus brazos, pañuelos y bebés al aire.
Dos
años enteros... y sin embargo aún no termina! Massimo maneja; está cantando una canción. Después de la crisis, la armonía volvió a la Banana y parecemos un comercial de familias
felices. Tengo que admitirlo: estamos felices que te cagas!
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Reencuentro
Este
ha sido el viaje del encuentro pero también del reencuentro.
Iniciando con Ana quien ha sido nuestro primer feliz reencuentro,
hemos vuelto a abrazar a Linda, Encarni, Juan
Serafini y Josefina en Mexico, continuando con Adriana, Gloria, Hans
y Alessia en Colombia y luego Byron, Piedad, Cecilia, Cristian y
Tancredi en Ecuador.
Ahora
a las puertas de Perú, nos esperaban Tila y Juan Granda, dos regalos
más de El Salvador y especialmente de Progressio, la ong británica
en la cual fuimos colegas.
"El clima, la gente y la comida",
estos son los motivos por los cuales dicidieron vivir en Piura, dice
Juan Granda que en realidad nació en Lima, aunque pocas veces lo
confiesa. Paseamos por las calles piuranas al atardecer.
Piura, en el norte de Perú, podría parecer una ciudad
insignificante, una isla de cemento, polvo y mucha basura en el medio
del desierto. No queda mucho de la encantadora ciudad de "La
Casa Verde" de Vargas Llosa por culpa, como observa Juan Granda
de "un ciego concepto de modernidad" que barre todo lo
viejo para reemplazarlo con cubos de cemento. De las casas verdes,
los prostíbulos donde el autor peruano tuvo su iniciación sexual,
no queda ni una. Pero, a pesar de todo, Piura
mantiene cierto encanto muy suyo.
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Tres razones para amar a Piura (según Juan Granda!)
El
clima de Piura es caldo y seco. La ropa tendida se seca en 20
minutos, el agua del chorro sale levemente fresca y una ducha en la
mañana es un gran placer. A veces se mueve un viento caliente, pero
a la hora de la siesta, el aire de Piura parece inmoble, suspenso,
silencioso.
La
comida: una verdadera delicia! Abrazados por el afecto, casi
paternal, de Tila y Juan, Tila nos ha mimado con deliciosas comidas
peruanas que pondrían en duda cualquier vegetariano: papas rellenas
de camarones y aceitunas negras, conchas en salsa, pastel de
chocolate y otras delicias más (nosotros respondimos dignamente con una pasta al pesto con muuuucho parmesano ). Mientras tanto Juan nos abría las
fabulosas puertas del pisco (un aguardiente de uva), nos brindaba historias y sus sonrisas grandes "Madre in Granda".
Y
luego está la gente: empezando por los mismos Juan y Tila, sus
abrazos improvisos, su hospitalidad que se resume en las palabras "mi
casa es tu casa", su manera de cuidarnos mientras le damos una
limpieza completa a la Banana. Es cierto, la gente del norte de Perú
es acogedora y conversadora; es algo que se me hace difícil explicar
a la gente de mi tierra.
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Hospitalidad latinoamericana
Un
ejemplo lo vivimos en Lambayeque, el mismo día en que salimos de
Piura para viajar hacia el sur. Estacionamos en la plaza principal
del pueblo y, a los pocos minutos, dos personas se acercaron:
Wilfredo, un joven barrigudo, y Laura una señora alegre que ama
conversar y parece que su vida fluye al ritmo de sus palabras.
Ambos pararon a conversar con nosotros, preguntar de dónde veníamos, contarnos algunas anécdotas de su vida o alguna leyenda del pueblo. Luego, sin más ni menos, Wilfredo nos ofreció su cochera para estacionar la Banana y Laura nos invitó a un "desayuno" para el día siguiente. Desayuno está entre comillas porque a las 9 de la mañana nos encontramos delante de una enorme lasaña. Claro, ninguno de los dos, querría nada a cambio, todo lo contrario, nos dieron abrazos y regalos para el camino.
Estos comportamientos resultan incompresibles para muchos italianos que levantarían cualquier duda sobre los riesgos o la molestia de semejantes invitaciones, miedos y prejuicios capaces de destruir la espontaneidad de estos encuentros como castillos de arena. Siempre estaremos muy agradecidos a Latinoamérica por estos ejemplos de humanidad y generosidad. También agradecemos el viaje porque, al exponernos continuamente al desconocido, nos ha obligado a depender de la ayuda ajena y a vincularnos con el otro y la otra, nos ha acostumbrado a la interdependencia.
Ambos pararon a conversar con nosotros, preguntar de dónde veníamos, contarnos algunas anécdotas de su vida o alguna leyenda del pueblo. Luego, sin más ni menos, Wilfredo nos ofreció su cochera para estacionar la Banana y Laura nos invitó a un "desayuno" para el día siguiente. Desayuno está entre comillas porque a las 9 de la mañana nos encontramos delante de una enorme lasaña. Claro, ninguno de los dos, querría nada a cambio, todo lo contrario, nos dieron abrazos y regalos para el camino.
Estos comportamientos resultan incompresibles para muchos italianos que levantarían cualquier duda sobre los riesgos o la molestia de semejantes invitaciones, miedos y prejuicios capaces de destruir la espontaneidad de estos encuentros como castillos de arena. Siempre estaremos muy agradecidos a Latinoamérica por estos ejemplos de humanidad y generosidad. También agradecemos el viaje porque, al exponernos continuamente al desconocido, nos ha obligado a depender de la ayuda ajena y a vincularnos con el otro y la otra, nos ha acostumbrado a la interdependencia.
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Arqueología, playas y llantas.
Hay
algo más que hace el norte del Perú un lugar especial: la cultura y
la historia milenaria. Esta región es riquísima de sitios
arqueológicos, museos y templos de época muy antigua, mucho
anterior a la civilización de los inca. En Lambayeque hemos conocido
el Museo de los Reyes de Sipan donde se conservan cerámicas y
trabajos en oro de los primeros siglos después de Cristo.
Algunos
kilómetros más al sur, cerca de Truillo, visitamos Chan Chan, la
más grande ciudadela en barro: allí conocimos Marité y Ismael, de
Lima, con quienes pasamos alegremente el día en la playa.
Hicimos 30 kilómetros de carretera destapada, para visitar la ciudad más antigua de América: Caral, de la misma época de las pirámides egipcias.
Viajamos
lentamente hacia el sur, parando en pueblos y playas inolvidables: a
quienes pasen por allí recomendamos un chapuzón en la playa de
Tuquillo, un mar calmo y transparente (pero el agua está helada!) y
un atardecer en Albufera, una laguna frente a la playa en la que
vuelan miles de pájaros.
Y si por casualidad quieren pinchar una llanta, les recomendamos que pinchen en Chimbote: por lo menos diez personas - entre taxistas, policías municipales, pescadores y choferes de ambulancias - se ofrecerán para ayudarles a cambiar el neumático y terminarán juntos almorzando ceviche en el mercado local!