lunes, 16 de abril de 2012

Viajando con nariz

La nariz de payaso y la sonrisa que tiene la Banana en la trompa, yo digo que: nos protege. Y algo de suerte nos acompaña desde que se la colocamos.

Digamos que nuestra Banana no es uno de esos carros que pasan desapercibidos, no! 

La Banana  rueda por estas bellas rutas latinoamericanas y así, cual desfile de carros viejos, se deja ver diariamente por mucha gente. La mirada de la gente tiene algo especial: su transformación.
Observar esa transformación pasó a ser mi hobby durante los traslados.

Primero la mirada de las personas es casual, luego, agudizan un poco más la mirada haciendo como un plano detalle sobre la carita de la Banana frunciendo un poco el ceño, acto seguido: reacción!
Algunas reacciones: sonrisa, agrandamiento de boca u ojos cual sorpresa, risas, carcajadas, saludos de todo tipo, pulgar hacía arriba, ofertas económicas para comprar la Banana. Si la persona que mira tiene a alguien a su lado, le da un codazo en las costillas y le señala la rareza que ve; si son niños que justo salen de la escuela, ríen mucho, gritan y por último nos saludan gritando: -payasos! o -carro con carita! o -chau, payaso viejo!



Si la Banana se detiene en el camino para comprar sandia o hacer pis para continuar, siempre hay alguien que se acerca y disimuladamente toma una fotografía o está el que se anima un poco más y hace la pregunta "más votada": -¿Y ustedes de dónde vienen?, ¡bienvenidos a Colombia!

La Banana se pasea y rápido se hace querer.

La Banana sonríe y con ese espíritu se pierde por las calles, no hay como detener la energía que transmite, no hay policía rudo que pueda con ella, a todos compra con su gesto tierno, insólito y alegre.


¡El mundo necesita de Bananas! ¡Generadora de sonrisas!

Ana

Una ciudad llamada Adriana

Estuvimos tres semanas en Medellín pero, pensándolo bien, estuvimos tres semanas en una ciudad llamada Adriana.


Adriana es una mujer mágica que camina segura sobre el hilo de sus sueños atrapados por el canto de su voz y del teatro. Adriana es una hermana que nos entiende sin que digamos una palabra, encontrarla durante el viaje nos ha regalado el perfume de los recuerdos, el cariño y el calor de un regreso a casa.

Adriana ya no era la misma que habíamos conocido hace algunos años en El Salvador. Su pelo ahora es corto y lleno de plata, su cuerpo está moldeado por un viaje por toda América del Sur y todo en ella parece más joven. Es una maestra en lo que cada mujer y cada hombre puede convertirse con su compromiso personal a ser feliz.


Todo lo que nos ha brindado Medellín ha sido a través de ella: la hermosa finca en el bosque de La Ceja donde cantamos, tocamos y tomamos buenos vinos (aquí las fotos hablan solas!)














En la finca pudimos descansar y buscar nuestro centro en el silencio de la montaña Antioqueña.


Allí mismo nos despedimos de la Negra, que acompañó a la Banana en esta gira colombiana...









...y fue allí donde pudimos encontrar y compartir con otras hermanas que el camino nos vuelve a juntar:

Alessia...

y Gloria....


Adriana nos abrió el abrazo de Consuelo y Humberto, sus hermosos padres y al cariño de Alba, un ángel que nos esperaba para cuidarnos; nos ha llevado a las cenas con sus amigas especiales, a conocer el canto de las mujeres desplazadas; también ha sido nuestra manager consiguiendo las funciones de teatro en las escuelas rurales de La Ceja y del Retiro.




Adriana fue nuestra guía turística por Medellín, nos ha organizado noches urbanas de salsa y otras en la finca observando la luna. Y mucho más.

Lo más bello fue ver Adriana que canta mientras pela los tomates. Ha aprendido a andar de paso, que la vida es el presente y por eso goza de cada minuto que compartimos.


Nada en Medellín hubiera sido lo mismo sin ella.  ¡Gracias Adriana! 


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Medellín se columpia entre lo que es y lo que quisiera ser. Por un lado está el Metrocable: moderno, inédito, tan limpio y ordenado que parece haber sido inaugurado anoche. Es un teleférico con 8 puestos que conecta el centro de la ciudad con los barrios marginales. 


Se vuela por los techos y casas de la periferia que de a poco pierden color y textura convertiéndose en chozas inestables y peligrosas, amontonadas unas a otras en las montañas que rodean Medellín. 


El Metrocable te da una panorámica en vuelo de la pobreza, de la miseria en la que viven principalmente los desplazados y te recuerda que en Colombia existe un conflicto, una guerra inútil (o útil para quienes lucran con ella, como los Estados Unidos) que dura desde hace 40 años y que a diario continúan llegando los refugiados que ocupan terrenos con materiales improvisados; te permite echar el ojo dentro de cada choza de forma casi pornográfica: la señora que fuma en un balcón con los ruleros en la cabeza, los calzones colgando en una terraza, el perro que recibe un golpazo de un adolescente.


Finalmente desde lo alto del Metrocable recibes una visión global de la metrópolis, un vértigo urbano que ocupa las montañas como un cáncer, miles, millones de casas y chozas, ladrillos y chapas unidas en un mosaico que parece una orgía.













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LA CULTURA METRO

Medellín quisiera ser como su metro que cruza decorosamente la ciudad mientras que una voz pre-grabada, suave y melosa como una nube de azúcar, divulga “los diez principios de la cultura metro”. 


El metro dice “Si estornuda, tápese la boca con la mano: en el metro amamos el respeto!” que en un país en donde la guerra ha hecho miles de víctimas, puede sonar un tanto surrealista.


A la siguiente parada el metro dispara otra vez: “Sonría, no tenga miedo a ser feliz, recuerde que la vida sigue, tome parte de ella!”, así empiezas a mirar las reacciones de los vecinos quienes obviamente tienen un rostro de funeral. 


Poco después el metro lanza otro golpe: ”Viva su vida de modo que no tenga tiempo para quejarse y será completamente feliz!” así te das cuenta que estás dentro a un experimento de hipnosis masiva para un “mundo perfecto”.

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LOCOMBIA
(Sobre algunas de las perversiones de Colombia)

Pero Medellín no siempre es lo que quisiera ser; Medellín es también la casa de Rosmey, aferrada a la periferia del desarrollo, donde ella llegó huyendo de la guerra desde el Chocó, embarazada y con dos niñas chiquitas. Existe otra Medellín (otra Colombia) que te aplasta en una espiral de injusticia y abuso. 


Para empezar, la población colombiana está clasificada en seis estratos sociales según sus ingresos económicos y la calidad de su vivienda: cero para los indigentes sin techo, seis para los millonarios que viven en mega-mansiones. Cada persona tiene su número que aparece en los documentos como los recibos de agua y de luz, te preguntan a que estrato perteneces cuando buscas trabajo, pides una visa para viajar o inscribes a los niños a una escuela. 


Los barrios de Medellín están llenos de “líneas invisibles” que se tragan la vida de quienes las cruzan sin permiso; se conocen como “falsos positivos” los casos de chicos inocentes desaparecidos por el ejercito, asesinados y luego vestidos de guerrilleros para engordar las estadísticas del ejercito en la guerra a las Farc y el narcotráfico: por cada guerrillero muerto, los soldados ganan semanas de asueto, aumento de salario y prestigio en el ejercito. 


Se puede continuar con los desplazados, las personas que se han visto obligadas a dejar sus casas y sus tierras por la guerrillia o el ejercito a las que hoy se responde con una controversial Ley de Reparación: un pedazo de tierra para olvidar los abusos y violencias recibidas. 

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ANA-BANANA VERSUS MIGRACIÓN

Nosotros pudimos tocar una miga de esta violencia de Estado cuando Ana se fue a extender el permiso de permanencia turística en la oficina de Migración. Por supuesto fue dentro de los tiempos adecuados y con todos los documentos necesarios, entre ellos el pago de aproximadamente 40 usd, fotocopias varias y foto carnét con fondo azul


Una vez allí, le dijeron que ella se econtraba ilegal (o clandestina) desde hace un mes y que tenía dos opciones: pagar una multa o auto-deportarse afuera del país dentro de tres días. Pero ¿cómo? En el pasaporte aparecía un permiso de turista para 90 días! Cierto, pero el funcionario de migración que la recibió a su ingreso en el país, digitó 60 días en el sistema informático. ¿Un error humano o un mecanismo premeditado para aplicar cobros injustos y reírse en la cara de turistas indefensos? 


Ana, radicalmente intolerante contra cualquier tipo de abuso especialmente si es institucional, se ha plantado en la oficina durante tres días, llorando y defendiéndose sola frente a una fila de funcionarios machistas y bien adiestrados. El número que aparecía en la computadora hacía de Ana una clandestina, esta es la ley y punto. Meter un abogado sería una odisea costosa e ineficaz. Ana apeló igualmente, todavía no hay respuesta pero seguramente ha recibido una dosis extra de violencia. 


Decidió irse auto-deportada antes que pagar un multa injusta. Ya que se encuentra en la clandestinidad y si o si se va a ir en concepto de deportada aprovecha la jugada y se queda unos días más.


Esta es una miga en comparación con la violencia y los abusos que vive el pueblo colombiano por parte de su Estado. Pero el movimiento que existe en este país por la lucha en defensa de los Derechos Humanos es muy grande, vamos Colombia!!!

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Sorprendentemente Medellín es una ciudad que te compensa por el esfuerzo que haces de soportarla. Sus habitantes están enamorados de ella y frente a cualquier dificultad dicen “Tranquilo, estás en Medellín!” o “En Medellín nadie se pierde” aunque Ana pueda jurar lo contrario.

Me parece de enamorarme cada 10 minutos de hombres y mujeres sin distinción. Hay mujeres cuya belleza es mucho más que una característica física, es un modo de ser, de abrazar la vida. Los hombres tienen una mirada directa y sin filtros que me captura a cada instante. 


Me enamoro todo el tiempo y pienso que ellos y ellas también deben pasar todo el tiempo enamorándose los unos de los otros. 


Nico






domingo, 15 de abril de 2012